Estos días hemos conocido el caso de Alan, el joven transexual barcelonés que se suicidó tras sufrir lo que ahora llamamos “bulling”, que no es más que un eufemismo de la palabra acoso. Muchos son ya los análisis que se han hecho y en todos se habla de la transexualidad, por lo que en este caso no me centraré en esto, si no en la intolerancia, que es, quizás, mi mayor obsesión y el motivo por el que me embarqué en este gran proyecto que es Compromís.

En la actualidad, el suicidio es la primera causa de muerte entre la gente joven en España. Este mismo año supimos también que una adolescente discapacitada se suicidó en Madrid por el mismo motivo: Acoso. Y mi pregunta es: ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo?

Nos bombardean a todas horas en todos los ámbitos con el ideal de perfección, un prototipo único que no entiende de diversidad, o lo que es lo mismo: No entiende nuestra sociedad, que es plural, diversa y en ello reside su riqueza. Vemos cómo ensalzan la figura del hombre alto, guapo (lo que ellos nos dicen que es guapo, claro) y cómo no, musculado, y si es gay, “que no se note mucho”. ¿Y la mujer? Delgada pero “con curvas”, débil, que simplemente sea un objeto a disposición del hombre. Ah, y que además sea “femenina”, y si por un casual de la vida fuera lesbiana, más de lo mismo: “que no se note” y con una buena dosis de “a esa le hace falta un buen…”

Dicho así nos escandalizamos todos, pero echemos un vistazo a nuestros adolescentes, esas personitas débiles que están forjando su personalidad y a los que se les está insistiendo constantemente en “lo maravilloso” que es todo lo citado anteriormente para “poder ligar” o “poder ser alguien”. Ahora sumémosle a esto la necesidad natural del adolescente de diferenciarse del resto para poder ser reconocido o aceptado en sociedad.

Sumémosle además la constante ridiculización de lo que se sale de lo “establecido” o de lo que nos dicen que lo es, en programas televisivos, series, películas, telediarios e incluso en gran parte de la música que escuchamos, y ya tenemos el cóctel perfecto para que la intolerancia no sólo se consolide, sino que además, se legitime y se considere lo normal.

Como hemos visto, no sólo nos dicen a todas horas cómo debemos ser, además, se legitima la marginación de quienes “osan” ser diferentes, y todavía nos rasgamos las vestiduras cuando conocemos algún caso de acoso escolar o de suicidio. Pero, pensemos: ¿qué hicimos para evitarlo? ¿Hemos sido testigos alguna vez de acoso y no hemos intervenido por miedo a no se sabe muy bien qué o simplemente porque no era algo “de nuestra incumbencia”? ¿Hemos ejercido alguna vez de acosadores sin saber medir lo que ello podría llegar a suponer?

Estas son sólo algunas medidas que podemos tomar nosotros mismos, la gente de a pie. Pero también es necesario combatirlo desde los centros educativos, que a veces miran hacia otro lado, o desde las familias, que en ocasiones culpan a la víctima o jalean la conducta del verdugo. Y, como no podía ser de otro modo, los gobiernos tienen su parte de responsabilidad, pues de ellos depende un sistema educativo de inclusión, que desarrolle también un código de conducta especialmente dedicado a medios de comunicación, cine y música, pero no con la finalidad de censurar, si no para evitar esta legitimación, como con tantas otras cosas que han sido reguladas. ¿De qué nos sirve que en televisión no se permita decir tacos a determinadas horas del día si por otro lado permiten mostrar determinadas conductas como algo normal? Reflexionemos.

Javier León (miembro de Compromís por Orihuela)